Desde que hace unos años vi los primeros frailecillos en Islandia, ya han sido varias las ocasiones que he podido disfrutar de su compañía. Es una delicia poder acompañarlos a tan corta distancia, ver su andar patoso sobre la hierba e intentar seguirlos con la mirada en sus rapidísimos vuelos.
Esta vez fue en la Isla Mykines, donde hay una colonia considerablemente grande.
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